lunes, 29 de agosto de 2016

El Destino deshumanizó a Manolete para convertirlo en mito.


 Tal día como hoy, un 29 de agosto de 1947, Manuel Laureano Rodríguez Sánchez exhalaba su último aliento.Tal día como hoy, aquella España gris de la posguerra se vestía de luto negro, negro como el pelaje de "Islero", el astado de la ganadería de don Eduardo Miura, el astado que le ganó la batalla en el último momento de la lidia. Islero, el toro que le destrozó aquel Destino que Manolete como un Dios humanizado había manejado a su antojo. Pero así es la paradoja y el Destino le quitó la vida para el hombre se convirtiese en mito. Manolete, el hombre de figura frágil y de rostro de adolescente enfermizo, contrapuesto entre su timidez profunda y su voluntad sobrehumana de héroe. Manolete, el que subió a los escalafones de figura del toreo dándole aires renovados y frescos al toreo de aquella España gris. Manolete, el torero que le acortó el terreno al toro para llevárselo hasta su cintura a base de naturales; el torero al que todos sus coetáneos veneraban por bailar cada tarde sin escrúpulos con la muerte. Humilde hasta la médula, creador de arte que repartía por todo tipos de plazas sin hacer distinción de categorías, honrado, humano. Pero aquel 28 de agosto, en una plaza sin historia, el Destino lo batió en duelo,  cambiaron los lotes del sorteo momentos previos a la corrida, los augurios predecían el fatídico desenlace, el Destino deshumanizó a Manolete para convertirlo en mito.

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